En el horizonte una linea amarilla. Paseaba paralela al río, un sendero hecho de pisadas consecutivas cada tarde, los álamos se agitaban dejando caer lagrimas plateadas, el frío otoñal se hacia sentir, pero no para ella que generaba calor en cada pisada, solo un poco de aire fresco para aliviar la congestión de las mejillas. Cada día emprendía este camino como una huida, una huida que le parecía hacia adelante aunque lo cierto es que era hacia ninguna parte. Buscaba esa sensación de vacío, de quietud, tan sólo ocupada en acompasar la respiración a los movimientos de sus miembros. Cada vez que un pensamiento cruzaba por su mente notaba un latigazo en una pierna, un desorden en la columna vertebral, algo que debía compensar nuevamente y la traía de nuevo al paisaje que se iba oscureciendo, a la la luna que se elevaba sobre las colinas lejanas. Una vez dejada atrás la chopera, se paraba en un remanso que hacia el río para luego precipitarse ladera abajo entre piedras demasiado pulidas por el paso del agua. Allí se desnudaba y se sumergía en sus el agua, entre croar de ranas y libélulas. Tan solo los contrastes violentos parecían calmarla. Siempre era mucho mas fuerte el dolor que sentía en el pecho. De joven bebía, una huida hacia atrás , se deslizaba por la pendiente abajo. Ahora no, subía, elevaba su mente al vacío de la no existencia. Una sensación de desaparición, aunque fuera solo momentánea, de sus pasiones, de ese vivir demasiado a flor de piel y en lo profundo del silencio. La vuelta era lenta absorbiendo con los sentidos el pulso de la tierra. El ladrido de los perros ya no podían tocarle.
2 comentarios:
Esos paisajes conducen a la vida interior.
Abrazos
D.
Un bello paseo por el alma...
Excelente además toda la serie de post de semana Santa.
Besos!
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