Estaba harto, ya nada funcionaba; tenía visiones sonoras llenas de alaridos, la comida le erizaba la piel hasta dolerle el cuero cabelludo, los olores se llenaban de tormentas de granizo o desiertos de piedra. Y al hablar confundía verbos por adjetivos y decía preposiciones cuando tenía hambre.
Furioso se abrió el cráneo y se arrancó el pasado con las manos. Minucioso fue encajando las piezas en un nuevo orden que no le permitió mejorar mucho la comunicación con el entorno. Pero, al menos, pudo gozar sueños de tejidos transparentes mecidos por el aire, de música tenue y vaporosa producida por crótalos lejanos y de una calma tan plana como un lago en invierno.
2 comentarios:
Ah, vivir en soledad la bella soledad desamparada...
Abrazos desde la distancia, recordada Lechucita
D.
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