miércoles, junio 06, 2018

Un fraile se ha perdido




—Laura, ¿se han ido?
—Sí, Mario.
—Vamos. No hagas ruido.
—Está muy oscuro y parece que va a llover.
—¡Calla! Si tienes miedo vuelve a casa, todavía estás a tiempo.
—¿Miedo yo? No. Es solo…
—Parece que han tirado hacia la derecha.
Mario va delante, camina despacio pero firme. Detrás le sigue Laura, tan delgadita, su figura se funde con la sombra de su hermano. Cuando pasa un coche se pegan al muro, después aceleran el paso esperando que el ruido del motor apague sus pisadas.
—!Mira! allí les veo, pero no están solos.
—Tía Manolita y tío Fernando.
—¿De dónde habrán salido? Se ríen.
Tío Fer se vuelve para unirse a su padre.
—¡Cuidado! Parece que miran para aquí.
Una lluvia fina y pausada empieza a caer.
—Vamos rápido, Manoli, que he ido a la peluquería y no me quiero mojar — Oyen gritar a su madre. Los hombres las siguen sin demasiada urgencia.
Mario va leyendo los nombres de las calles. Narváez, Ibiza, Menorca. Sus padres han entrado en un restaurante de comida asturiana El Hórreo. Los niños se  refugian en un soportal de la acera de enfrente.
—Tengo hambre —dice Laura— me comería un cachopo relleno de jamón y queso.
—Con setas y cebolla.
—Y un buen plato de patatas fritas.
—Y de postre arroz con leche.
—Yo tocinillo de cielo.
—¿Entramos?
—¡Estás loca! nos castigarían un mes seguido. Olvida la comida.
La lluvia ha dejado paso a un aire frío del norte, las chaquetas húmedas les destemplan más que les calientan.
—¿Qué estarán haciendo? — pregunta Laura.
—No sé.
—Tardan mucho.
—Le habrán encontrado, seguro que se estaba comiendo un buen plato de fabada y un buen vaso de sidra harto de la sopa de berza y el trozo de pan que le darán en el convento.
—¿Eso comen? Entonces pobrecito que coma también sardinas y queso de Cabrales. Pero si va vestido de paisano, ¿cómo van a reconocerle?
—Le habrán visto antes.
—O será el primo ese de tía Manolita que dejó a la novia, la carrera y el equipo de fútbol.
—No, que ese era misionero.
—Pues ese del OPUS que quería convencer a padre.
—Lo mezclas todo, ese está casado y tiene doce hijos. Los frailes llevan una sotana marrón de lana áspera con capucha y una soga a la cintura con la que pegan a los niños que se portan mal.
—Entonces ¿nos pegarán?
—Sólo si nos descubren.
—Tengo frío, me quiero ir a casa.
—Lo que tienes es miedo —Mario le pasa un brazo por los hombros y la atrae hacia si en un ademán de protección —Esperemos un poco más y si no salen nos vamos.
La lluvia ha vuelto con furia, no hay nadie en la calle. Laura tirita. Por fin, les ven salir del restaurante, van sólo los cuatros. Un taxi ha parado en la puerta, se suben deprisa y se alejan.
—Parece que aquí no le han encontrado. Corramos que como estén antes que nosotros la hemos liado —dice Mario tirando de Laura.
Sus padres aún no han llegado. Se quitan las prendas mojadas y las esconden en el cesto de la ropa sucia. Se acuestan y enseguida se quedan dormidos. Por la mañana Laura tiene fiebre, se queda en casa con la criada.
—Paca —dice —¿Dónde está Mario?
—Hace más de dos horas que se fue al colegio.
—¿Y mis padres?
—Trabajando.
—¿Sabes si encontraron ayer al fraile?
—¿A qué fraile niña?
—Al que se había perdido.
—Se habrá escapado para que el Abad no le pegara. Abrígate bien que voy a ventilar la habitación.
—¿El Abad pega a los frailes?
—A veces, cuando se portan mal.
—¿Y ese qué había hecho?
—Se habrá enamorado de la panadera.
—¿Y eso es malo?
—Para los frailes sí.
—¿Y meterse en un restaurante asturiano a comer pote y bollos preñados o chorizos a la sidra? ¿Les pegan por eso?
—No, eso lo hacen continuamente cuando les invitan a las casas. Nadie les pega.
—Entonces ¿por qué se perdió?
—¿Quién se perdió?
—El fraile.
—El fraile se marcharía con sus propias patitas. Deja que te estire las sabanas, mira como tienes la cama.
—¿Y los otros?
—¿Los otros?
—Sí, los que se pierden por las noches y van mis padres y los tíos a buscarlos.
—¿De dónde has sacado tú eso?
—Mamá siempre lo dice cuando sale con papá. “Vamos  a buscar un fraile que se ha perdido uno”
—¡Ay niñina! Esos son cuentos para que no hagas preguntas, que tú haces demasiadas.
—Entonces es mentira.
—Piadosa.
— Pero mentira.
A Laura una arcada  se le vino a la boca, sabía a queso rancio, a morcilla, a repollo, a grasa de tocino. Murmuró “Lo juro, no volveré a comer empanada, ni fabes con almejas, ninguna de esas cosas. Que yo no quiero ser una mentirosa.

Imagen: San Francisco por Zurbarán